sábado, 23 de octubre de 2010

CUENTO DE GREGORIO ALVAREZ

LA SUERTE ES COMO JOSEFINA

Todavía me daba vueltas la noche en el billar. El choque de las bolas, el humo de los cigarros, la música perdida en el fondo intentando animar el ambiente y esas malvadas risotadas de los amigos, me hacían cambiar de posición en la cama. Ya el amanecer se había instalado con el canto de los gallos, el asomo cauteloso del sol rompiendo las penumbras y los movimientos de madre madrugadora que ya trasteaba por la cocina, quitaba la tranca a la puerta para salir hasta el patio y ese aroma a café que recibía como un gancho al estomago.
_ Tico!...
_ Qué?...
_ Se me largan porque ya voy a cerrar…!
Cogí una almohada para taparme los oídos.
_Ya se han ido todos, sólo quedan ustedes, pero ni crean que hoy otra vez me van a trasnochar.
Un rayito de sol entró por el techo y me sacó completamente de la noche, desde el cuarto observé a madre desesperada buscando algo en el patio. Buscaba a Josefina por toda la casa; los desechos de comida que madre le había puesto desde la noche anterior aun estaban tirados en el suelo, sin que Josefina hubiese salido a olisquear primero y a comer lentamente después como hacia siempre que le arrojaban las sobras de la cena, era la única mascota que teniamos luego que los tres perros murieran de viejo.
_ Se la robaron- dijo madre con rabia- Pero si aparece la pongo a comer verdolaga por una semana.
Era la manera que madre tenía para castigar a Josefina, varias veces a mi me había tocado buscar esa matica que crece cerca de la playa, recogiendo manojos hasta llenar una mochila, así pasito a paso, peleando con la brisa, recibiendo las goticas de mar que se estrellaban contra mi cuerpo, me iba lejos, madre siempre renegaba por mi tardanza, decía que no era necesario caminar tanto para conseguir la bendita hierba, que de esa se encontraba hasta en el callejón de la casa, pero a Josefina no le gustaba la verdolaga que nacía en el callejón de la casa, olisqueaba y se iba sin comerla.

Salí de casa con la esperanza de que madre encontrara a Josefina, me fui al billar a jugar un chico con cualquiera que apareciera. El billar era como mi otra casa, conocía sus rincones, ya hasta tenía mesa propia. Todos me miraron apenas entré al billar, a medida que iba entrando aumentaba el cuchicheo, en la barra estaban como esperándome, fui sintiendo una cosita por dentro, aparte de mi mente la desaparición de Josefina, la ira de madre al pensar que le habían robado la tortuga, todo eso lo fui olvidando. Los amigos de la barra se abalanzaron hacia mí, entre ellos Tableta con sus billetes de la lotería, preguntándome por los quintos que me había vendido la noche anterior.
_ Marica…te los ganaste, eran los últimos que me quedaban y no los querías comprar…!
Calle arriba yo había visto los números anotados con carbón en el andén, palpe los bolsillos del pantalón, los de la camisa, los busque hasta en la relojera; no me había cambiado de ropa, en la cartera tampoco estaban los benditos quintos…mis amigos me observaban con ganas de mentarme la madre.
_ En tu casa-me dijo Tableta…-búscalos en tu casa.
Salí del billar pensando donde podían estar. Atravesé las calles con la cabeza llena de billetes de veinte, de cincuenta, con los quintos perdidos atormentándome, toda la gente del barrio me miraba, Tableta no sabía tener la boca cerrada, hasta oídos de mi madre había llegado semejante noticia. Cuando entre a la casa ya ella estaba alterada, pero sin dejar de buscar a Josefina. Busque primero en el patio, en el baño, en la sala, puse el cuarto patas arriba y cansado de buscar me tiré en la cama mirando para el techo, oí los gritos de mi madre anunciando la aparición de Josefina, sentí de pronto un dolor en la cintura y con las manos puestas en el sitio del dolor, se me aclaró de golpe la noche anterior.Recorde la caida al tratar de esconder los quintos. Los había escondido en una ranura entre las tablas de la pared por donde se entraba una claridad que molestaba. Tableta me abrazó al ver las fracciones en mis manos. Desde el patio madre miraba sin creerlo. En sus manos ya tenía el manojo de verdolagas para Josefina.

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